Reflexiones desde la terracita: La Concha, el perro de Imanol y el cuernos
Iba yo trotando por la playa de la Concha, intentando hacer algo útil con mis piernas —cosa que algunos profesionales del balón cobran por no hacer—, cuando de pronto aparece un perro diminuto, que no levanta ni un palmo del suelo, pero viene directo a mí como si fuera Vinícius en esteroides, ladrando como si acabara de leer la alineación del último partido. El perrito, claro, todo ímpetu, todo entrega, se lanza a las piernas como si estuviera en una final y yo fuera la portería. Suelto el juramento de rigor, el mismo que uso cada vez que veo un pase al hueco que termina en saque de banda, y busco al dueño. Y ahí está: Imanol. Y no he podido evitar pensar… Si los jugadores de la Real tuvieran la mitad de la disciplina, agresividad y sentido del deber que este chihuahua con complejo de central, igual no estaríamos rezando por rascar un empate cada fin de semana para poder estar un año más en Europa.

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