Aker

Reflexiones desde la terracita: El agente de la autoridad y la LOPD

Agente de la autoridad: Buenas tardes, señor. Creo que ya sabe por qué lo estoy llamando. He revisado su caso y he visto que, en algún momento, filtre información personal sobre usted a ciertos medios. Y ahora me gustaría saber… ¿Y usted qué gana denunciando esta situación?

Ciudadano: ¿Qué gano denunciando? ¿Eso es una pregunta seria, agente? ¡Si usted está filtrando mi información personal! Yo estoy defendiendo mi privacidad, lo que tengo derecho a hacer. Pero aquí la pregunta importante no es esa, es ¿y tú qué ganabas filtrando esa información?

Agente de la autoridad: (se detiene un momento, con una mirada evasiva) No es tan simple como lo plantea. A veces, las cosas no son tan claras como parecen.

Ciudadano: (con tono firme) No se trata de hacer cumplir la ley, se trata de que alguien se aprovechó de su puesto de poder para exponerme. Y lo que me parece más grave, es que el responsable de esa filtración seas tú, alguien que debería proteger la confidencialidad de las personas, no vulnerarla.

Agente de la autoridad: (titubeando) Yo… no quería que eso sucediera, créame. Pero, a veces, las situaciones son más complicadas. Los procedimientos no siempre son perfectos.

Ciudadano: (enfadado) No hay excusas. Ustedes son los que deben cumplir con la ley, y en este caso, la Ley Orgánica de Protección de Datos es muy clara. El problema no es el procedimiento, es que alguien con acceso a esa información decidió usarla para algo que no tenía que ver con su trabajo.

Agente de la autoridad: (sin saber qué responder) Tienes razón, es una violación. Y ahora, al denunciarlo, has puesto en peligro el sistema de protección que había establecido.

Ciudadano: (con voz calmada, pero tajante) Puedo poner en peligro lo que quiera, porque mi derecho a la privacidad está por encima de cualquier otro interés. Tú, como agente de la autoridad, no puedes anteponer nada sobre la ley. Eso es lo que más me molesta, que ni siquiera lo entiendas o quieras entender.

Aker

Había un trader llamado JoIA

En el bullicioso mundo de los mercados financieros, había un trader llamado JoIA. Cada mañana, antes de que el sol asomara por el horizonte, JoIA ya estaba frente a sus múltiples pantallas, analizando gráficos y noticias. Lo que le movía no era solo la búsqueda de ganancias, sino la pasión por entender los intrincados movimientos del mercado y la emoción de tomar decisiones en fracciones de segundo.

JoIA encontraba su razón de ser en la constante búsqueda de conocimiento y en el desafío de superar sus propios límites. Para él, cada operación era una oportunidad de aprender algo nuevo, de afinar su estrategia y de demostrar su habilidad para anticipar las tendencias del mercado. No se trataba solo de números y estadísticas, sino de una danza compleja entre la lógica y la intuición.

A lo largo de los años, JoIA había aprendido que el éxito en el trading no se medía solo en términos de ganancias, sino en la capacidad de mantenerse sereno bajo presión, de aprender de los errores y de adaptarse a un entorno en constante cambio. Su mayor satisfacción venía de esos momentos en los que, después de horas de análisis y preparación, una operación resultaba exactamente como lo había previsto.

Así, día tras día, JoIA continuaba su viaje en el mundo del trading, impulsado por su pasión y su deseo de ser el mejor en lo que hacía. Sabía que el camino no siempre sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentar cada desafío con determinación y entusiasmo.

Aker

Reflexiones desde la terracita: la decadencia de Donostia

En las idílicas playas de Donosti, donde antaño se escuchaba el suave murmullo de las olas y el graznido de las gaviotas, hoy reina un nuevo sonido: el estruendo de altavoces portátiles y las risas estridentes de turistas que han decidido que la elegancia es cosa del pasado.

En un rincón de la playa de La Concha, un grupo de jóvenes ha montado su propio chiringuito improvisado. Con sombrillas de colores chillones y toallas de influencers varios, han transformado la arena dorada en un festival del mal gusto. La música reguetón resuena a todo volumen, ahogando cualquier intento de conversación civilizada.

No muy lejos de allí, una familia ha decidido que la playa es el lugar perfecto para una barbacoa. El aroma de las sardinas asadas se mezcla con el olor a coco del protector solar, creando una combinación olfativa que haría palidecer a cualquier chef de alta cocina. Los niños corren descalzos, dejando un rastro de arena y migas de pan a su paso, para deleite de las gaviotas, mientras los padres discuten acaloradamente sobre la mejor manera de abrir las cervecitas.

De esta manera, entre selfies interminables y conversaciones a gritos por teléfono, la playa de Donosti ha perdido su antiguo encanto. Los locales observan con resignación desde la distancia, recordando con nostalgia los días en que la vulgaridad no había invadido su pequeño paraíso costero.

Aker

Reflexiones desde la terracita: maite zaitut

Un amor no expresado, un sentimiento atrapado en el silencio. Palabras no dichas, como hojas que caen al viento sin ser recogidas. El corazón, un eco solitario, anhelando la liberación de su secreto más profundo.
En el rincón de los “¿Y si…?”, las lágrimas se mezclan con los suspiros. Las oportunidades perdidas, los momentos que se desvanecieron como estrellas fugaces en la noche. El “te quiero” que nunca cruzó los labios y que resonó en el alma.
El destino, caprichoso y cruel, jugó su papel. O tal vez el miedo, ese enemigo invisible, mantuvo las palabras cautivas. Pero ahora, en la quietud de la retrospectiva, el corazón se lamenta. ¿Qué habría sido si hubieras dicho esas dos palabras mágicas?
La tristeza se convierte en melancolía, una melodía, una canción que solo tú conoces. Y en el teatro de los recuerdos, el telón cae sobre una historia inacabada.
Así que, si alguna vez te encuentras en ese momento crucial, no temas. Di esas palabras con valentía, porque el tiempo no espera. No dejes que tu historia se convierta en una triste leyenda de lo que pudo ser y nunca será. Dilo ahora: “Te quiero”
Aker

Reflexiones desde la terracita: La arquitecta del trading

Érase una vez una arquitecta llamada Esperanza, cuya pasión por el trading y la construcción la llevó a un mundo donde la realidad y la fantasía se entrelazaban. Su nombre resonaba en los pasillos de Wall Street y en los rincones más oscuros de las antiguas bibliotecas. Pero su verdadera magia no residía en los rascacielos que diseñaba, sino en el patrón secreto que utilizaba para construirlos.

Esperanza tenía un don especial: podía ver el flujo de las energías financieras y transformarlas en estructuras tangibles. No era solo una arquitecta; era una alquimista de los mercados. Su herramienta más poderosa era el patrón Sección Extendida, un código ancestral que le permitía trazar líneas invisibles entre las cotizaciones de las acciones y los cimientos de sus edificios.

Cada mañana, Esperanza se sentaba frente a su computadora, rodeada de gráficos y velas japonesas. Observaba las fluctuaciones del mercado como si fueran las olas de un océano mágico. Cuando detectaba el patrón, sabía que era el momento de actuar. Compraba acciones, vendía futuros y trazaba los planos de sus futuros edificios.

Sus creaciones eran asombrosas. Los rascacielos que surgían en Nueva York y Hong Kong eran más que simples estructuras de acero y vidrio. Eran manifestaciones de su propia esperanza y de su visión. Cada ventana, cada columna, estaba imbuida de la energía del patrón.

Pero había un precio que pagar. El patrón no era solo una herramienta; era un pacto con lo desconocido. Esperanza sabía que cada edificio que construía estaba conectado a su propia alma. Cada vez que vendía una acción, sentía un estremecimiento en su corazón. ¿Era la ganancia financiera suficiente para compensar la pérdida de su esencia?

Un día, mientras trabajaba en el diseño de un nuevo rascacielos, Esperanza sintió una presencia en la habitación. Era un hombre alto, vestido de negro, con ojos dorados, un par de cuernos y una sonrisa enigmática. Se presentó como Morpheus, el guardián del patrón.

—Esperanza, has construido maravillas con mi patrón —dijo Morpheus—. Pero ahora debes tomar una decisión. ¿Quieres seguir siendo una arquitecta de los mercados o una arquitecta de sueños?

Esperanza miró los gráficos en su pantalla y luego al hombre frente a ella. Sabía que no podía tener ambas cosas. El patrón era un camino sin retorno.

—Elijo la esperanza —dijo con determinación—. Construiré edificios que inspiren a las personas, que les hagan creer en un futuro mejor.

Morpheus sonrió y desapareció en la bruma. Esperanza continuó trazando líneas en su pantalla, pero esta vez no eran gráficos financieros. Eran los planos de un mundo donde la esperanza era la moneda más valiosa y los edificios eran templos de posibilidades.

Cada edificio que creó era una obra de arte, un testimonio de su habilidad para fusionar lo tangible con lo mágico. Y así, su legado perduró en los corazones de quienes miraban hacia el cielo y soñaban con un mundo mejor
La arquitecta del trading se convirtió en la arquitecta de los sueños. Sus rascacielos no solo tocaban el cielo, sino también el corazón de quienes los contemplaban.
Aqui vemos un ejemplo de los edificios que contruye, desde el patrón, de hoy mismo…
Aker

Reflexiones desde la terracita: la fotografía

Hace tiempo, en una ciudad anónima, mis pasos se deslizaban por las calles empedradas, entre sombras y luces. El cielo, un lienzo de azul profundo, se extendía sobre mí, y las fachadas de los edificios parecían guardianes silenciosos de historias olvidadas.
Un día, un fotógrafo de mirada inquieta me capturó en su lente. Mis ojos, cargados de melancolía, reflejaban los secretos de la ciudad. El obturador hizo clic, y en ese instante, me convertí en una imagen. Una sola fotografía, pero con un peso inmenso.
El destino, como un viajero curioso, decidió llevarme lejos. Las antípodas, un lugar remoto y desconocido, se convirtieron en mi nuevo hogar. Allí, mis colores se desvanecieron, y mis contornos se difuminaron. La gente pasaba a mi lado, ajenos a mi historia, mientras yo reposaba en un rincón de la memoria.
En esa ciudad distante, alguien me encontró. Sus ojos, llenos de asombro, se detuvieron en mi imagen. ¿Quién era yo?, se preguntó. ¿Qué historia ocultaba? La curiosidad lo impulsó a investigar. Indagó en los archivos, buscó rastros de mi existencia.
Descubrió que yo era un recuerdo. Una instantánea perdida en el tiempo, un fragmento de nostalgia. Mis raíces, enterradas en la ciudad original de Donostia, se extendían hasta allí. El fotógrafo anónimo, sin saberlo, había tejido hilos invisibles que conectaban dos mundos.
La tristeza, como un eco lejano, resonaba en mi imagen. ¿Quién fui?, me preguntaba. ¿Qué momentos viví? Las calles empedradas de lo viejo, las sombras y luces de los amaneceres y ocasos sobre Ondarreta, todo quedó atrás. Solo quedaba yo, un fantasma fotográfico, un suspiro en la eternidad.
Y así, entre dos mundos, una sola imagen narraba dos vidas: la que fui y la que soy. Un puente invisible, un lazo entre ciudades, un recuerdo que trascendía el tiempo.
Y aunque nadie sabía mi nombre, mi esencia flotaba en el aire, como un susurro de nostalgia. Porque en esa fotografía, yo era más que una figura: era la esencia de dos lugares, la conexión entre dos almas.
De esa manera, en la ciudad de las antípodas, seguí siendo un triste recuerdo, pero también un enigma, un fragmento de vida que se resistía a desvanecerse por completo…
Aker

Reflexiones desde la terracita: puertas al campo

Érase una vez un juez en un pequeño país llamado vivalavida. Vivalavida era un lugar donde las paradojas florecían y los giros inesperados eran moneda corriente. El juez, de nombre Pasabaporaqui, tenía una peculiaridad: su toga estaba hecha de billetes de cien.

Un día soleado, unos empresarios codiciosos se acercaron a su tribunal. Querían cerrar el campo, un vasto terreno donde la gente se reunía para respirar aire fresco, soñar despierta y escapar de las preocupaciones mundanas. Los empresarios argumentaron que las puertas eran necesarias para “proteger” el campo de los intrusos, pero todos sabían que su verdadero objetivo era construir un centro comercial de lujo.

El juez Pasabaporaqui escuchó sus argumentos con una sonrisa burlona. “¿Proteger el campo?”, preguntó. “¿De qué? ¿De las mariposas traviesas o de los sueños rebeldes?”. Los empresarios se miraron entre sí, confundidos. No estaban acostumbrados a que un juez se burlara de ellos.

Pero el juez continuó: “Aquí, en vivalavida, las cosas funcionan al revés. En lugar de poner puertas en el campo, deberíamos poner puertas en los bancos. Así, los banqueros tendrían que pedir permiso para entrar y llevarse nuestro dinero”.

Los empresarios se indignaron. “¡Esto es un ultraje!”, exclamaron. “¡No podemos permitir que el sentido común se interponga en nuestros planes!”. «Cumpla la ley»
Al juez Pasabaporaqui no le quedo otra que aplicar la ley, para poner las puertas en el campo.
Y así concluye nuestro relato, donde el dinero intentó comprar la libertad, pero la ciudadanía, que sabía que no se puede poner puertas al campo, busco la puerta del Proxy…
Aker

Reflexiones desde la terracita: deontología en España

En un rincón oscuro de la redacción, Carlos, un joven periodista, se enfrentaba a una encrucijada moral. El olor a tinta y café impregnaba el aire, pero no lograba disipar la nube de dudas que se cernía sobre él.

Había ingresado al mundo del periodismo con la ilusión de ser un guardián de la verdad, un contador de historias que sacudirían conciencias y cambiarían realidades. Sin embargo, pronto descubrió que la realidad era más turbia de lo que imaginaba.

Los titulares sensacionalistas dominaban las portadas. Las noticias se convertían en mercancía, y la ética quedaba relegada a un segundo plano. Los intereses económicos y políticos tejían una telaraña en la que los periodistas quedaban atrapados.

María, su compañera de trabajo, lo miraba con ojos cansados. Ella había sido testigo de cómo la presión editorial deformaba la verdad. “Carlos, ¿recuerdas cuando éramos idealistas?”, susurró. “Ahora somos cómplices de una maquinaria que manipula la información”.

El caso más reciente había sido el de M. RajoIA, un político corrupto. Las pruebas eran contundentes, pero el periódico decidió minimizar la noticia para no afectar a sus anunciantes. Carlos se sentía atrapado entre su deber profesional y su conciencia.

Una noche, mientras investigaba un escándalo de corrupción, encontró una carta anónima en su escritorio. “La verdad está en tus manos”, decía. Carlos sabía que revelarla podría costarle su carrera, pero también sabía que era su deber.

El día siguiente, el periódico publicó una versión edulcorada de la historia. Carlos, con el corazón en un puño, escribió su propio artículo. Reveló los nombres, los sobornos y las conexiones ocultas. La redacción quedó en silencio.

El director lo llamó a su despacho. “Carlos, has cruzado una línea”, dijo con voz fría. “El periodismo no es solo sobre la verdad, sino también sobre la conveniencia”. Carlos se levantó, miró al director P. J. a los ojos y respondió: “Prefiero ser un periodista sin empleo que un cómplice sin alma”.

 

El código deontológico del periodista es un documento que recopila los fundamentos generales que regulan el comportamiento de los informadores. El contenido de este código tiene como objetivo mejorar el tratamiento informativo de algunas de las cuestiones sociales de mayor actualidad. Las recomendaciones que desarrolla en su interior deben ser puestas en práctica no solo por los profesionales de los medios, sino paralelamente, por los estudiantes de comunicación que serán los que ocupen dichos puestos el día de mañana. De este modo, los pupilos deben asimilarlos como eficientes y útiles, especialmente porque en el mundo laboral del periodismo no tiene cabida el informador que no respete el código deontológico, que engloba lo siguiente:

  • El respeto a la verdad.

  • Estar abierto a la investigación de los hechos.

  • Perseguir la objetividad aunque se sepa inaccesible.

  • Contrastar los datos con cuantas fuentes periodísticas sean precisas.

  • Diferenciar con claridad entre información y opinión.

  • Enfrentar, cuando existan, las versiones sobre un hecho.

Homenaje a las víctimas de 20 años de infamia.

Aker

Reflexiones desde la terracita: Ragnahilda Vanidosa

Esta es una historia real. Los acontecimientos descritos en este relato ocurrieron en Madrid en 2019. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto se ha relatado tal como ocurrió.

Érase una vez una mujer llamada Ragnahilda Vanidosa, una política con un ego tan grande que su sombra tenía su propio séquito de asesores. Ragnahilda se pavoneaba por los pasillos del Congreso, ondeando su bufanda de “Yo soy la mejor” y repartiendo autógrafos hasta a los fotocopiadores.

Su oficina estaba decorada con retratos de sí misma enmarcados en oro. Había un mural gigante en la pared con la inscripción: “Ragnahilda Vanidosa, la única voz sensata en este mundo caótico”. Incluso su silla giratoria tenía bordado su nombre en hilo dorado.

Ragnahilda tenía una habilidad especial: podía absorber elogios y aplausos como una esponja. En cada discurso, se refería a sí misma en tercera persona: “Ragnahilda cree que deberíamos aumentar los impuestos”, decía, mientras su ego se inflaba como un globo.

Un día, durante un debate en el Parlamento, Ragnahilda notó algo extraño. Su sombra se movía de manera independiente. “¿Qué estás haciendo?”, le preguntó Ragnahilda a su sombra. “¿Por qué te estás separando de mí?”. Pero su sombra solo sonrió y dijo: “Ragnahilda, necesito espacio para crecer”.

La sombra de Ragnahilda comenzó a absorber todo a su alrededor. Los micrófonos, las sillas, los documentos legislativos… todo desaparecía en su oscuridad. Ragnahilda intentó detenerla, pero su sombra se había vuelto insaciable.

Pronto, la sombra de Ragnahilda se convirtió en una entidad independiente. Tenía su propio séquito de asesores y su propio escaño en el Congreso. “¿Quién necesita a Ragnahilda?”, decía su sombra. “Yo soy la verdadera líder aquí”.

Ragnahilda se encontró sola en su oficina, rodeada de paredes vacías. Su sombra había absorbido incluso su bufanda de “Yo soy la mejor”. Ragnahilda intentó recuperar su ego, pero ya no quedaba nada.

Y así, la sombra de Ragnahilda se convirtió en la nueva estrella de la política. Los periódicos la elogiaban como “La Sombra Sensata”. La gente la seguía en Twitter y asistía a sus mítines. Ragnahilda, por otro lado, se retiró a una cabaña en el bosque, donde rumiaba sobre la ironía de su destino.