Reflexiones desde la terracita: la fotografía
Hace tiempo, en una ciudad anónima, mis pasos se deslizaban por las calles empedradas, entre sombras y luces. El cielo, un lienzo de azul profundo, se extendía sobre mí, y las fachadas de los edificios parecían guardianes silenciosos de historias olvidadas.
Un día, un fotógrafo de mirada inquieta me capturó en su lente. Mis ojos, cargados de melancolía, reflejaban los secretos de la ciudad. El obturador hizo clic, y en ese instante, me convertí en una imagen. Una sola fotografía, pero con un peso inmenso.
El destino, como un viajero curioso, decidió llevarme lejos. Las antípodas, un lugar remoto y desconocido, se convirtieron en mi nuevo hogar. Allí, mis colores se desvanecieron, y mis contornos se difuminaron. La gente pasaba a mi lado, ajenos a mi historia, mientras yo reposaba en un rincón de la memoria.
En esa ciudad distante, alguien me encontró. Sus ojos, llenos de asombro, se detuvieron en mi imagen. ¿Quién era yo?, se preguntó. ¿Qué historia ocultaba? La curiosidad lo impulsó a investigar. Indagó en los archivos, buscó rastros de mi existencia.
Descubrió que yo era un recuerdo. Una instantánea perdida en el tiempo, un fragmento de nostalgia. Mis raíces, enterradas en la ciudad original de Donostia, se extendían hasta allí. El fotógrafo anónimo, sin saberlo, había tejido hilos invisibles que conectaban dos mundos.
La tristeza, como un eco lejano, resonaba en mi imagen. ¿Quién fui?, me preguntaba. ¿Qué momentos viví? Las calles empedradas de lo viejo, las sombras y luces de los amaneceres y ocasos sobre Ondarreta, todo quedó atrás. Solo quedaba yo, un fantasma fotográfico, un suspiro en la eternidad.
Y así, entre dos mundos, una sola imagen narraba dos vidas: la que fui y la que soy. Un puente invisible, un lazo entre ciudades, un recuerdo que trascendía el tiempo.
Y aunque nadie sabía mi nombre, mi esencia flotaba en el aire, como un susurro de nostalgia. Porque en esa fotografía, yo era más que una figura: era la esencia de dos lugares, la conexión entre dos almas.
De esa manera, en la ciudad de las antípodas, seguí siendo un triste recuerdo, pero también un enigma, un fragmento de vida que se resistía a desvanecerse por completo…
Un día, un fotógrafo de mirada inquieta me capturó en su lente. Mis ojos, cargados de melancolía, reflejaban los secretos de la ciudad. El obturador hizo clic, y en ese instante, me convertí en una imagen. Una sola fotografía, pero con un peso inmenso.
El destino, como un viajero curioso, decidió llevarme lejos. Las antípodas, un lugar remoto y desconocido, se convirtieron en mi nuevo hogar. Allí, mis colores se desvanecieron, y mis contornos se difuminaron. La gente pasaba a mi lado, ajenos a mi historia, mientras yo reposaba en un rincón de la memoria.
En esa ciudad distante, alguien me encontró. Sus ojos, llenos de asombro, se detuvieron en mi imagen. ¿Quién era yo?, se preguntó. ¿Qué historia ocultaba? La curiosidad lo impulsó a investigar. Indagó en los archivos, buscó rastros de mi existencia.
Descubrió que yo era un recuerdo. Una instantánea perdida en el tiempo, un fragmento de nostalgia. Mis raíces, enterradas en la ciudad original de Donostia, se extendían hasta allí. El fotógrafo anónimo, sin saberlo, había tejido hilos invisibles que conectaban dos mundos.
La tristeza, como un eco lejano, resonaba en mi imagen. ¿Quién fui?, me preguntaba. ¿Qué momentos viví? Las calles empedradas de lo viejo, las sombras y luces de los amaneceres y ocasos sobre Ondarreta, todo quedó atrás. Solo quedaba yo, un fantasma fotográfico, un suspiro en la eternidad.
Y así, entre dos mundos, una sola imagen narraba dos vidas: la que fui y la que soy. Un puente invisible, un lazo entre ciudades, un recuerdo que trascendía el tiempo.
Y aunque nadie sabía mi nombre, mi esencia flotaba en el aire, como un susurro de nostalgia. Porque en esa fotografía, yo era más que una figura: era la esencia de dos lugares, la conexión entre dos almas.
De esa manera, en la ciudad de las antípodas, seguí siendo un triste recuerdo, pero también un enigma, un fragmento de vida que se resistía a desvanecerse por completo…
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